jueves, 15 de diciembre de 2011

Mamá, ¿a dónde va el abuelo?

Había estado lloviendo la tarde en que el abuelo cerró los ojos. Así se lo contaron, aunque ella no lo vio, ya que, al parecer, aquello no era para niños.
-Mamá ¿a dónde va el abuelo ahora? – le preguntó a su madre al atardecer.
Miró directamente a sus ojos verdes, muy abiertos, y esperó su respuesta. Mamá sabía tantas cosas…
-       El abuelo se ha dormido para siempre, María –le contestó rápidamente.
-       ¿y adónde vamos cuando nos dormimos para siempre, mamá?
Su madre le explicó que vamos al cielo, un lugar muy bonito dónde los pájaros cantan y hay muchos parques y columpios.
Eso le pareció bien; pero entonces volvió a preguntar:

-       ¿No decían que lo íbamos a enterrar junto a la abuela?
Parece que a su madre no le gustaron tantas preguntas, porque le dijo que luego irían a ver a la tía y a los primos, y que si quería ver sus dibujos animados favoritos.
Al llegar la noche, su padre fue a darle su beso de buenas noches y vio que tenía los ojos rojos, como cuando estás en la piscina mucho rato.

Después escuchó como su padre y su madre hablaban en el comedor. Le gustaba dormirse mientras ellos se contaban sus cosas. Entonces oyó su nombre:
-Mira lo que me ha preguntado María hoy – le dijo mamá a papá.

Y entonces hablaron de adónde vamos cuando nos morimos. Ella estaba un poco confundida: (¿no era que el abuelo se había dormido?)

Papá le explicó a mamá que las religiones en todo el mundo se han creado por el miedo de las personas a la muerte. Y que explicaban adónde vamos para que estemos más tranquilos.

Al principio, mamá no parecía muy convencida, pero lo explicó tan bien que parecía que se lo había creído.
Ya no recordaba más de la conversación. Se estaba muy calentita en la cama, y su perrito suave de orejas largas tenía mucho sueño.
Cerró los ojos y entonces oyó:
-       Hola, María, te estaba esperando.
Al oírlo se asustó un poco, pero entonces vio al gnomito pequeño, que la miraba tranquilo y sonriente y al que conocía de otras veces.
Vengo a contarte un cuento muy importante que los adultos saben, pero que suelen olvidar.

-       “Qué bien, un cuento! - pensó contenta.

-       Hace mucho, mucho tiempo, vivieron el rey sol y la reina luna  en un hermoso palacio de luz y colores. Eran los encargados de contarles a niños y adultos lo que veían desde su palacio. Les contaban cómo la luz y los colores venían de un lugar lejano al que se podía ir con sólo desearlo. Este lugar era tan bello, cálido y acogedor que las personas, cuando estaban muy cansadas de su trabajo en la tierra, cerraban los ojos y se dormían durante mucho, mucho tiempo.

-       ¿Se dormían para siempre? - preguntó, acordándose de las palabras de su madre..

-       Bueno, podía ser para siempre, pero también podía ser sólo durante un largo tiempo – le respondió-. Sin embargo, lo importante es que veían que el lugar de luz y de colores era real. Luego, los que decidían volver a la tierra, unas veces se acordaban del bello lugar, y otras no. Por eso el rey sol y la reina luna se encargaban de recordarlo en cada lugar. Cuando el rey sol y la reina luna se hicieron muy viejecitos, se marcharon ellos también a la bella luz, y quedaron sus relatos, que lo contaban todo.

-       Entonces, ¿por qué las personas lo han olvidado? – preguntó la niña extrañada?

-       Bueno, se acuerdan de algunas cosas porque se lo han ido contando unos a otros. Pero lo que sí han olvidado es que no son sólo relatos que explican nuestro miedo a la muerte, sino que es algo real contado de diferentes maneras.

-       Entonces mi abuelo… ¿está con el rey sol y la reina luna en el lugar de la luz y los colores? – preguntó.

-       Claro que sí, querida María - le dijo con ese brillo en los ojos que tanto le gustaba-; claro que sí.

Le dio un abrazo y se marchó para contárselo a otros niños.

Parece que los mayores no podían verlo, pensó más tarde, o si lo ven, no se lo creen, porque cuando se despertó se lo contó a sus padres, y ellos le dijeron:

-       Si, María, has tenido tan sólo un bonito sueño.
Sabía que no le creerían, así que se lo guardó para contárselo a su amiga Ana: ella si se daría cuenta que es verdad.
No hay que perder la fe en las creencias espirituales y mágicas que nos ayudan a pensar en un próximo encuentro con nuestros seres queridos fallecidos.

Libro: Regálame más cuentos con salud
Autor: José Carlos Bermejo
Adaptado por: Diana Cárdenas
Asesora Familiar de Duelo  

Lo que debe ser será...

 Video reflexión de Facundo Cabral

Muchos tenemos un mapa de carreteras que indica el curso que imaginamos que deberían tomar nuestras vidas.

Es importante avanzar en la dirección correcta, pero si quedamos atrapados por las preocupaciones sobre nuestro destino final, olvidamos disfrutar del paisaje, de cada nuevo día.

Recuerda que algunas de las secretas alegrías de la vida no se encuentran en afanarse en ir desde el punto A hasta el punto B, sino, en inventar algunos otros puntos imaginarios a lo largo del camino. El viaje que estás realizando, es magnífico. No temas explorar territorio desconocido.

Si llegas a perderte, vas a tropezar con algunos de los descubrimientos más interesantes que puede hacer.

Deambula por caminos que nunca has recorrido o por otros que jamás volverás a tener la oportunidad de recorrer.

La Vida no es una guía de viaje que debes seguir, es una aventura que hay que emprender.

Con eso cuando llegue la muerte a nuestras vidas, el dolor por la persona ausente, disminuirá al recordar sus travesías por la hermosa vida.

 
Autor: Alin Austin
Texto: Honremos la vida.
Adaptado por: Diana Cárdenas
Asesora Familiar de Duelo
Grupo Recordar

Vivir no duele.



Definitivo, como todo lo que es simple. Nuestro dolor no viene de las cosas vividas, sino de las cosas que fueron soñadas y que no se cumplieron.

Por qué sufrimos tanto por amor? Lo correcto sería que la gente no sufra, apenas agradecer por haber conocido una persona tan linda, que generó en nosotros un sentimiento intenso y que nos hizo compañía por un tiempo razonable, un tiempo feliz.

Sufrimos ¿por qué? Porque automáticamente olvidamos lo que fue disfrutado y comenzamos a sufrir por nuestras proyecciones irrealizadas, por todas las ciudades que nos hubiera gustado conocer al lado de nuestro amor, y no conocimos, por todos los hijos que nos hubiera gustado tener juntos y no tuvimos, por todos los espectáculos, libros y silencios que nos hubiera gustado de haber compartido y no compartimos.

Por todos los besos cancelados, por la eternidad. Sufrimos, no porque nuestro trabajo es desgastante y paga poco, sino por todas las horas libres que dejamos de tener para ir al cine, para conversar con un amigo, para nadar, para enamorar.

Sufrimos, no porque nuestra madre es impaciente con nosotros, sino por todos los momentos en que podríamos estar confidenciando con ella, nuestras más profundas angustias y ella estuviese interesada en comprendernos.

Sufrimos, no porque nuestro equipo perdió, sino por la euforia perdida.

Sufrimos no porque envejecemos, sino porque el futuro nos está siendo confiscado, impidiendo así que mil aventuras nos sucedan, todas aquellas con las cuales soñamos y nunca llegamos a tener.

Como aliviar el dolor de lo que no fue vivido? La respuesta es simple como un verso:

Cada día que vivo,
me convenzo más de que el desperdicio de la vida
está en el amor que no damos,
en las fuerzas que no usamos,
en la prudencia egoísta que nada arriesga,
y que, esquivándose del sufrimiento,
hace perder también la felicidad.
El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional.


Autor: Carlos Drummond de Andrade
Adaptado por Diana Cárdenas
Asesora Familiar de Duelo
Grupo Recordar

lunes, 12 de diciembre de 2011

La muerte de un herman@.




Sin importar la cercanía que se haya tenido, la pérdida de un herman@ viene acompañada de varias situaciones que causan diferentes tipos de dolor:
El ver a los padres sufriendo, el propio dolor y el cambio radical que tiene una familia tras el fallecimiento de uno de sus integrantes.

El cómo manejarlo va acorde a la edad que tenga el o los herman@(s) sobrevivientes.

·       Cuando es menor de 12 años: son los padres o cuidadores quienes deben generar espacios en los cuales el niño o pre-adolescente, pueda expresar lo que siente y piensa tras la pérdida de su ser querido. Es normal que el niño pregunte: ¿fue mi culpa?, ¿me puede ocurrir a mí?, ¿qué va a pasar conmigo?, ya que se está afectando la estabilidad a la cual estaba acostumbrado. A los niños siempre hay que hablarles con la verdad y tratar de responder de la mejor manera, brindando información acorde a su edad sin dar más detalles de los que se necesita realmente para aclarar dudas.

·      De 13 a 25 años: en una sociedad en la que es normal encontrar respuestas estando conectados a internet o aislándose, lo más aconsejable es tener contacto con los amigos y familiares, pero en lo posible personalmente, no virtual  (ya que un abrazo, salir de la rutina le harán mucho bien). En la búsqueda de sensaciones nuevas, hay que tener cuidado de experimentar diferentes actividades que generen algún tipo de riesgo, en especial justo cuando se está en un proceso de dolor; ya que al intentar llenar un vacío emocional existente tras la pérdida, no se encontrará fácilmente una satisfacción, generando mayores vacíos, ansiedad y otras situaciones que incrementarán el sentimiento de ausencia de la persona fallecida; la mejor forma de llenar este vacío es empezando por una sanidad interior. Buscar apoyo social pero sin sumergirse en consumo de drogas y alcohol (aunque socialmente sea permitido el alcohol, no hay que caer en excesos). Es normal querer hacer las cosas que el herman@ fallecido no pudo cumplir, lo más importante es tener claridad que los sueños y actividades programadas del fallecido eran sólo de él, aunque el sobreviviente quiera cumplirlas y esto le genere paz, son dos personas diferentes, con proyectos de vida diferentes.

·         De 26 años en adelante: A esta edad los proyectos vida y la visión que se tiene respecto al futuro es diferente, lo cual ayuda a enfocarse en su núcleo familiar y así poder asimilar la pérdida y ser un apoyo para los demás familiares sobrevivientes. Tenga cuidado en sumergirse en su trabajo o actividades cotidianas para evitar el dolor. No intente vivir a la sombra de lo que su hermano hubiera querido ser.

 En todos los casos es aconsejable:

ü  Tómese un tiempo a solas para asimilar lo que está sintiendo. Luego compártalo con un familiar o amigo de confianza. Si lo prefiere busque un guía espiritual.

ü  Cambie de lugar el cuarto de la persona fallecida, dejando pertenencias significativas para cada miembro de la familia, pero las demás pertenencias puede darlas en donación. Este tipo de cambios externos ayudar a asimilar los cambios internos que está viviendo.

ü  Recurrir a los recuerdos que cada uno tiene y compartirlos en familia. Invitar a los amigos de la persona fallecida a compartir las historias de vida que tuvieron con ella es un sano ejercicio de expresión de sentimientos.

ü  Cuando se habla de recuerdos, es recordar de manera sanadora, no recordar para generar culpas.



Diana Patricia Cárdenas Zapata
Asesora Familiar de Duelo
Grupo Recordar


"No perdiste a nadie, el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón".
Facundo Cabral

viernes, 9 de diciembre de 2011

Carta de una madre a sus hijos.



 Aprendí:
Al primer año de nacido aprendí lo importante que es un juguete. sobre todo si sabe rico.
A los 2 años, aprendí que caerse duele.
A los 3 años, aprendí que duele más una palabra que un golpe.
A los 4 años aprendí lo interesante que puede ser un rompecabezas.
A los 5 años, aprendí que a los pececitos dorados no les gustaba la gelatina...
A los 6 años, aprendí que bañar a las tortugas con agua caliente las mata aunque huelan feo.
A los 7 años, aprendí lo confortante que se siente un abraso de papá o mamá cuando me daba miedo o simplemente cuando sentía que necesitaba sentirme amado.
A los 8 años, aprendí que no todo se puede arreglar con un berrinche.
A los 9 años, aprendí que mi profesora sólo me preguntaba cuando yo no sabía la respuesta.
A los 10 años, aprendí que era posible estar enamorado de cuatro chicas al mismo tiempo.
A los 12 años, aprendí que, si tenía problemas en la escuela, los tenía más grandes en casa
A los 13 años, aprendí que, cuando mi cuarto quedaba del modo que yo quería; mi madre me mandaba a ordenarlo
A los 15 años, aprendí que no debía descargar mis frustraciones en mi hermano, porque mi padre tenía frustraciones mayores... y la mano más pesada.
A los 16 años, aprendí que mi hermana no era mi mayor enemiga. y que podía ser mi mejor confidente.
A los 17 años, aprendí que emborracharte no siempre es el mejor sentimiento, (menos al otro día) y que no es la mejor forma de solucionar los problemas.
A los 18 años, aprendí que no valía la pena discutir con mi madre.
A los 19 años aprendí lo que duele dejar a alguien que amas.
A los 20 años, aprendí que los grandes problemas siempre empiezan pequeños.
A los 21 años, aprendí que un libro puede llegar a ser una buena compañía.
A los 22 años, aprendí que si encuentras a la mujer adecuada te puede enseñar a amar.
A los 23 años, aprendí lo que es extrañar a alguien y lo grato que es volverlo a encontrar.
A los 24 años, aprendí que con el tiempo las cosas se miran de una forma diferente.
A los 25 años, aprendí que aunque me quería comer el mundo aun me faltaba mucha experiencia.
A los 26 años, aprendí que no importa lo lejos que viajes cuando quieras huir de algo, tus problemas siempre te acompañaran a lo largo de toda la travesía.
A los 27 años, aprendí que él titulo obtenido no era la meta soñada.
A los 28 años, aprendí que se puede hacer, en un instante, algo que te va a hacer doler la cabeza la vida entera.
A los 30 años, aprendí que se necesita mucho amor, paciencia y inteligencia para vivir con alguien.
A los 31 años, aprendí lo que es ser padre y me empecé a dar cuenta de lo que eso significa.
A los 32 años, me di cuenta lo que me falto platicar y convivir con mi padre. y lo mucho que me falto aprender de el.
A los 33 años, aprendí que a las mujeres les gusta recibir flores, especialmente sin ningún motivo.
A los 34 años, aprendí que no se cometen muchos errores con la boca cerrada.
A los 35 años, aprendí que puedes deprimirte como cuando tenias 17 años y eso no esta mal. solo significa que estas empezando a pensar en ti mismo.
A los 36 años, entendí que mi madre no va cambiar y sigue siendo inútil discutir con ella.
A los 37 años, comprendí lo lejos que estaba de saber quien era.
A los 38 años, aprendí que a veces la vida se repite y duele igual que la primera vez.
A los 39 años, aprendí que ser buen amigo no se trata solo de recibir.
A los 40 años, aprendí que, si estás llevando una vida sin fracasos, no estás corriendo los suficientes riesgos.

Luego, al pasar de los años aprendí.
Que puedes hacer a alguien disfrutar el día con solo con un pequeño detalle que casi siempre no cuesta nada.
Que niños y abuelos son aliados naturales.
Que ver una buena película puede darme una tarde agradable.
Que aprender a aceptarme como soy me puede ayudar a no sentirme tan solo.
Que es absolutamente imposible tomar vacaciones sin engordar cinco kilos.
Que no puedo cambiar lo que pasó pero puedo dejarlo atrás.
Que las cosas que te pasan y que te duelen siempre te dejan una enseñanza. y esta en ti aprender de ella.
Que nunca es tarde para decir lo siento y perdón.
Que puede doler pero sé que después me voy a sentir mejor.
Que nunca es tarde para decir la verdad (por mas dura que esta sea) y que tampoco es tarde para enfrentar a quien le hice daño si aquélla persona te quiere te sabrá entender y perdonar.
Que pedir ayuda puede dar mucha vergüenza y miedo, pero que a veces es necesario y hay que sacar fuerzas y valor para hacerlo.
Que la mayoría de las cosas por las cuales me he preocupado nunca suceden.
Que esperar a los hijos despierto cuando salen de noche no va a hacer que lleguen mas temprano.
Que si esperas a jubilarte para disfrutar de la vida, esperaste demasiado tiempo.
Que nunca se debe ir a la cama sin resolver una pelea.
Que me hubiera gustado tener la experiencia que tengo ahora cuando era mas joven, seguramente no habría dejado pasar muchas oportunidades.
Y que ahora entiendo que eso es imposible y que solo me queda aplicar mis experiencias y no perder la oportunidad de encontrar a un amigo.
Que si las cosas van mal, yo no tengo por qué ir con ellas.
Aprendí que envejecer es importante.
Aprendí que amé menos de lo que hubiera debido.
Y hoy... me doy cuenta que todavía;
Que tengo mucho para aprender. y que no importa la edad que tengas, aun estás a tiempo de cambiar las cosas y ser feliz.


Comparto con ustedes estas dos lindas reflexiones que nos invitan a valorar cada persona que nos rodea y cada experiencia de vida.

Diana P. Cárdenas Z.
Asesora Familiar de Duelo
Grupo Recordar

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Luz para el camino.

A continuación encontrarán una linda reflexión sobre la manera en la que a veces somos guías de personas que están en una profunda oscuridad, por el dolor que produce la ausencia de un ser querido, o tal vez porque no ha podido encontrar su camino hacia el éxito.  Encendamos hoy una luz como símbolo y compromiso de seguir guiando a las personas que amamos.
¡Feliz día de las velitas!
Diana Patricia Cárdenas Zapata
Asesor Familiar de Duelo
Grupo Recordar

Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.
Se da cuenta de que es Guno, ¡el ciego del pueblo!. Entonces, le dice:
 - ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves...
Entonces, el ciego le responde:
 - Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí...
 - No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil...Muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás...¿Cómo? A través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento...
¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás!

martes, 6 de diciembre de 2011

La muerte de una madre.

Al hablar de la muerte de una madre, o de aquella persona que hizo las veces de ella, con sus cuidados, consejos y educación, el sólo hecho de pensarlo (si no ha ocurrido aún, genera un sentimiento de tristeza profunda); si sólo pensarlo tiene ese efecto, imaginemos por un instante lo que le puede estar ocurriendo en este momento a una persona que le acaban de informar que esta maravillosa persona que lo ayudó a formar, acaba de fallecer. Es impactante, por lo tanto sugiero lo siguiente:
1.   Tómese el tiempo para asimilarlo, recuerde que el proceso de duelo es una experiencia individual acorde a la cercanía que se tuvo con la persona fallecida, así tenga más hermanos, cada uno se va a comportar de acuerdo a su personalidad, espiritualidad y forma de ver la vida ante la noticia, el ritual funerario y en general al acontecimiento social.  
2.    Permítase expresar lo que siente con las personas que le generen confianza, recuerde que en estos instantes no existen juicios de valor (nada es bueno o malo).

3.    Recurra a todos los recuerdos que tiene de ella, traiga a colación momentos especiales y palabras que le decía su ángel terrenal. Recuerde que una madre es un ángel que nos acompaña siempre, mientras viven: con su dedicación, amor y cuidados; cuando fallecen: espiritualmente. Ya que el amor y conexión que tenemos con ellas, trasciende lo físico (eso me gusta creer).

4.    Busque apoyo espiritual y psicológico.

5.    No se refugie sólo en su dolor, piense que nuestras madres siempre quieren lo mejor para nosotros. Si aún no ha fallecido ella, comparta cada momento que le sea permitido, para cuando falte tenga muchos recursos para afrontar su pérdida: muchos recuerdos e historias de Vida.
Diana Patricia Cárdenas Zapata
Asesor Familiar de Duelo - Grupo Recordar


El Consejo Maternal
Ven para acá, me dijo dulcemente mi madre cierto día.
(Aún parece que escucho en el ambiente de su voz la dulce melodía)
- Ven y dime qué causas tan extrañas te arrancan esa lágrima, hijo mío, que cuelga de tus trémulas pestañas como gota cuajada de rocío.
Tú tienes una pena y me la ocultas; ¿no sabes que la madre más sencilla sabe leer en el alma de sus hijos como tú en la cartilla?
¿Quieres que te adivine lo que sientes?
Ven acá pilluelo, que con un par de besos en la frente disiparé las nubes de tu cielo.
Yo prorrumpí a llorar. Nada le dije.
- La causa de mis lágrimas ignoro, ¡pero de vez en cuando se me oprime el corazón y lloro!..........
Ella inclinó la frente pensativa, se turbó su pupila, y enjugando sus ojos y los míos, me dijo más tranquila:
- Llama siempre a tu madre cuando sufras, que vendrá muerta o viva; si está en el mundo, a compartir tus penas; y si no, a consolarte desde arriba.
Y lo hago así cuando la suerte ruda, como hoy, perturba de mi hogar la calma, invoco el nombre de mi madre amada, ¡y entonces siento que se me ensancha el alma!
Autor: Olegario Víctor Andrade