jueves, 29 de abril de 2010

El duelo para los padres: Queridos Papito y Mamita


Por: Juliem Lagares y Vanessa Restrepo Psicólogas Jardines de La Eternidad Norte
Hoy salí de viaje. Un viaje rápido y bonito. Aquí es corto; pero para ustedes, sé que es largo. Hoy les escribo para contarles de mi viaje. Aunque no lo sepan, traje conmigo el mejor equipaje que pude y así quiero decirles que la maleta ha venido cargada de cariño y de amor que ustedes me han dado en todo el tiempo que hemos compartido.

He traído también valores. Muy buenos valores que ustedes me han enseñado. No he tenido que aprender a amar porque ustedes ya me lo enseñaron. Quiero que sean conscientes del trabajo que han realizado y que han hecho de mí una persona que sigo siendo. Les repito: quiero que no lo olviden. Me he traído conmigo cada juego, cada esperanza, cada palabra que me dieron y créanme: eso lo es todo. Así ha tenido que ser y han tenido que ser ustedes para poder enseñarme todo aquello que me ayudó y me sigue ayudando porque sólo ustedes lo han hecho.

No se preocupen por el tiempo que van a estar sin verme, porque ahora me toca a mí enseñarles y tener con ustedes la misma paciencia que tenían cuando me enseñaron a andar. Ahora les voy a ayudar a caminar sin mí porque deben hacerlo y yo los ayudaré con ello. Caerán unas cuántas veces, como tantas caí yo. Pero recuerden cómo amorosamente me levantaban y me decían que pronto sanaría. Hoy les toca a ustedes, levantarse y ponerse en pie tantas veces sea necesario. Es sencillo, me decían,- ¿recuerdan?

Pues hagámoslo juntos, estoy con ustedes. No se preocupen porque no hablamos. Finalmente, tenemos el mejor lenguaje que se pueda inventar: el del corazón. No se preocupen porque no nos veamos, porque mi imagen irá a ustedes cuando necesiten. No se preocupen porque no nos toquemos, recuérdenme y volverán a sentirme.

Si ustedes lloran, yo les secaré las lágrimas.
Si ustedes sonríen, yo reiré.
Si ustedes bailan, yo saltaré.

Y cuando menos se lo esperen y sin que se den cuenta, habrán sanado y estaremos verdaderamente juntos. Estoy en cada amanecer, tranquilizándolos para descansar en profundo sueño. En cada flor que se abre, dándoles color y alegría a sus vidas. En cada carcajada, llenándolos de fuerza y en tantas pequeñas cosas que ahora les pasan desapercibidas. Si no me encuentran, acudan a mi casa que es la suya: ¡su corazón! ¡Allí estaré! Los quiero. Sean fuertes por ustedes y por ellos.

¡Y sonrían que los espero!